Relato
Bruno
Bruno subió al taxi y el conductor estaba hablando por teléfono. Le decía a alguien que las personas de cada país son como la música que los representa: “Tengo el recuerdo de haberte dicho en nuestro último asado que la música no es una obra al azar, ¿no viste que los brasileros son felices y saltarines? Siempre van a ritmo como sambando por la vida”. Dijo también, hacia el cierre de la charla, que los argentinos somos como el tango y el folclore: un poco dramáticos, adelantamos los acentos, marcamos los golpes fuertes durante más tiempo, y todo así.
Bruno, pisciano como es, pensaba que los recuerdos son como un libro para llevar en la mochila y releer cada tanto, de esos libritos chiquitos y gordos que tienen muchas páginas. Ahora resulta que toda esa nostalgia es una cuestión más de zapateo y zarandeo, que de bibliotecas.
En ese librito está ahora lo de antes, lo que se pierde y no está más. Es casi matemático, una prueba condicional de lógica simbólica: la presencia de la ausencia. A menudo, algo o alguien desaparece, no importa de qué manera. Simple y dolorosamente ausente.
Gerónimo era invisible. Para todos menos para Bruno. Suspendido, mirando sin ver los datos del conductor, se acordó de un diálogo entre los dos, de un verano de calor en el campo, una noche de esas que se duerme con la ventana abierta de par en par y los búhos de fondo:
- A veces somos tan diferentes, sumamente extraños.
- A veces soy incapaz de lograr que entiendas que a veces vos sos como todos los demás, diferente a mi que no soy como ellos.
- Ya lo sé… que si no fueses quién sos, serías cualquier persona.
¿Qué estará haciendo Gerónimo ahora? ¿Estará con otra persona? Quizás creció normalmente y anda entre los adultos. Algo de grande igual tenía: un pensamiento analítico fuera de lo común para 5 años; la capacidad de mantener el eje y el control ante las injusticias de la infancia; y una imaginación creativa altamente ejercitada. A Bruno lo tranquilizaba andar con Gerónimo, se sentía menos solo y comprendido cuando llegaba a conclusiones que a otros hacían reír. En ocasiones deseaba profundamente que se quedara todo el tiempo a jugar, a comer, a dormir, que nunca se vaya.
De todas maneras se fué. No se sabe bien cuándo. Ahora Gerónimo es parte del librito, igual que una nota al paso sobre el taxista melómano.
Bruno juega en su mente, le queda un rato de viaje. Juega a visualizar imágenes en cámara rápida de hoy para atrás, como pasando las páginas a toda velocidad sin leer una tras otra, y frenar en alguna hoja de memoria bien marcada, una hoja un poco arrugada, medio tironeada.
Frena de golpe el taxista a la salida de un colegio para dejar pasar a un grupo alborotado. Bruno se acordó que, provincia adentro en épocas de inundaciones, para ir a la escuela se usa casi exclusivamente la vía del tren.
Cuando vivís en el campo, las tormentas constantes y los desbordes voluminosos anuncian una temporada en la que la vida se volverá más dura de lo que ya era; pero nunca es tan grave si se tiene un plan o talento en términos organizativos. Primero que nada, hay que trasladarse desde el monte hasta el paso a nivel más cercano, ingeniárselas para recorrer ese trecho de alguna manera.
Probablemente lo consigas con una combinación de este estilo: levantarte muy temprano, mínimo a las cuatro de la madrugada; vestirte casi adentro de la cama, la noche anterior dejás la ropa estirada a los pies, debajo de la colcha para que a la mañana tenga una temperatura respetable; el guardapolvo en una bolsita para ponértelo al llegar, si te lo ponés antes de salir de tu casa seguro que en el camino se te embarra porque las ruedas salpican agua para todos lados; tomar el café con leche que hizo tu mamá, batido con espuma y bien calentito; abrigarte sobre todo con gorro o pasamontañas que tejió tu abuela, bufanda y guantes; salir afuera cuando tu papá ya tiene el tractor en marcha hace unos 20 minutos y las frazadas bien acomodadas en el acoplado, subirte y sentarte lo más al medio posible, quedarte bien pegadito a tus hermanos. Los perros vienen también. Truco y Envido son de esos ovejeros trabajadores y obedientes, entonces si pasa algo pueden ayudar.
Hasta el cruce donde te espera una dresina vieja, más conocida como “zorrita de rieles”, tenés que pensar en algo entretenido o tratar de dormir otro ratito, porque cinco kilómetros se vuelven una eternidad a paso tractor. Ya sobre la vía donde casi no llega el agua te despedís de tu papá y te pasás al otro vehículo. Te da una sensación extraña, algo así como una mezcla entre alivio por pasar la primera parte del viaje; orgullo por el sacrificio que hacés para ir a estudiar; un dejo de preocupación por lo que pasa, lo que te aplasta ver toda esa inmensidad de líquido alrededor; y nostalgia por la cara de tu viejo: tenés miedo de que si sigue saliendo todas las noches a abrir canales para que corra el agua, se le vaya lo feliz, joven y chispeante que transmite tanta seguridad y confianza.
Ya está amaneciendo, así que lo distinguís saludando con la mano enérgica de acá para allá hasta que doblamos en la primera curva… no nos vemos hasta dentro de unos días. Siempre pienso que una vez que nos pierde en el horizonte, apura el paso de vuelta a ver si llega a tomarse unos mates con la vieja que quedó preocupada.
Las zorras normalmente se usaban para transportar personal y material de mantenimiento de las instalaciones ferroviarias. Son como un carro chico de madera y hierro con ruedas de tren, por lo que, en estas circunstancias, no entran mucho más que cinco o seis personas y cuatro mochilas. Esta es la parte en la que más te mojás porque vas casi contra el suelo, son bien bajitas y no tienen mucha contención en los costados, más que el borde donde te sentás y una barandita para agarrarte. El tramo se hace bastante rápido, excepto que se rompa algo y tengas que esperar a que el que maneja lo arregle. Se avisa por radio al unimog que está en la estación de Timote, el primer pueblo, que una vez más tendrán que esperarnos, que nos demoramos por un desperfecto técnico.
Un unimog es un aparato motorizado de origen alemán que se adaptó prácticamente a todos lados; es como un mini camión que tiene tracción en todas las ruedas. Se le han dado distintos usos a lo largo de los años; ya sea para transporte de humanos, para safaris, para servicios municipales, para carga industrial, mantenimiento de carreteras, o como tienda ambulante de venta de comida. Más o menos en el 68, Argentina fue el primer país en fabricar unimogs fuera de su país de origen. Como todos los primeros modelos alemanes, al principio nosotros también los destinamos a ser parte de la flota del ejército. Si a un unimog le pones un eje suplente en el chasis y le agregás ruedas especiales para circular sobre rieles, se transforma en un todo-terreno, literal.
Cuando llegás a la estación de Timote, hay unos cuantos chicos amuchados en la parte de atrás del camioncito, en una especie de caja trasera con una estructura alta cubierta con lonas oscuras. Te sumás con tus hermanos y ahora sí, viene casi la última etapa hasta el punto final. Cuando llegues a destino, de la estación al colegio vas a ir en el colectivo de siempre, el que va por el camino de tierra cuando no está todo inundado, sentado en asiento tapizado de cuero viejo con olor a tabaco, con el guardapolvo puesto, la calefacción prendida y de fondo un cassette de Chayanne, o uno de los Redondos, según quién de los pasajeros suba primero.
-¿Me escuchás pibe?
Bruno sale de su ensimismamiento al sentir de golpe la voz del taxista, firme y direccionada hacia el asiento de atrás. Se había ido a otro tiempo y espacio por meterse de lleno en el librito y ya ni recordaba cómo había llegado ahí. Ah, si. Por su antiguo amigo invisible. Le volvió a doler un poco el pecho al sentir otra vez aquella sensación de abandono, aunque ya no sabía bien por cuál de todos los abandonos era.
-No tengo todo el día ¿te vas a bajar?
Bruno vuelve a mirar el cartón con los datos del conductor colgado detrás del asiento delantero; esta vez leyendo a consciencia. Aprovechó esa lucidez para pagar y despedirse del chofer llamándolo por su nombre y remendar así, la atención que no le había prestado durante los últimos 20 minutos: Adiós Geronimo, muchas gracias y hasta la próxima.
