Relato
El juego

Sos cruel. Cuando tenés más o menos entre 6 y 12 años sos bastante cruel. Lo sos sin querer serlo. Querés jugar con lo que juegan todos, y es bastante normal. De grande vas a pensar que es discutible. Bastante discutible.
Querés jugar con lo que juegan todos y le pedís a tus padres que te lo compren. Y si por lo menos el hecho quedara en el simple pedido, pasa. Pero no. Tenés que ir y preguntarles “¿Por qué? ¿Por qué no me lo podés comprar…?”
¿Por qué no me podés comprar el Ludo Mátic, el de la propaganda que pasan en Magic Kids, ese que veo siempre que me quedo a dormir en Timote, en lo de Mariana? A la mañana vamos a la panadería del padre, el viejo Davies, y le ayudamos a hacer las tortitas negras. Pero a la tarde nos dejan ver la tele.
¿Por qué no me podés comprar el Family? Si casi todos nuestros compañeros lo tienen. Yo también quiero pasar todos los niveles del Mario y darle en seco al pato con la pistola esa celeste que trae la consola.
¿Por qué mamá? ¿Por qué no nos podés comprar los walkie-talkies? Queremos probar si aguantan la distancia entre el galpón y la casita del árbol. Si papá, ya sabemos que no nos dejas ir al galpón. Pero vos también sabés que vamos igual y te hacés el boludo. A algo tenemos que jugar.
“A algo tenemos que jugar”, le digo a Manu cuando mamá nos dice: “Se van afuera y no los quiero ver por acá hasta la hora de bañarse. No hagan ruido al lado de la casa a la hora de la siesta. No entren al galpón que está lleno de ratas por el maíz. No se metan a la pileta hasta después de las 4 y no vayan a la manga vieja que si les pasa algo me entero en dos días. Si se pelean, se van hasta la tranquera, se amigan y vuelven. ¿Queda claro?”. “Si, mamá”. “Si, tía”, dicen Cato y Rebe que se quedan en casa casi todo el verano. Pancho, mi tío, los deja más o menos un mes, después de Navidad. A fines de enero los vienen a buscar, o vamos nosotros para San Pedro y los llevamos. Cato siempre llora porque se quiere quedar. A Rebe no le importa mucho.
Mamá cierra la puerta.
Hacen como 30 grados a la sombra. Hacemos nada durante 10 minutos. Estamos activando la imaginación. Ponemos a la sombra a Choclín, el canario. La jaula colgada del alero. Lo nombramos Choclín porque así se llama el duende de una de las historias del libro “Cuentos de la estancia” que escribió mi bisabuela Carmen.
Vivió hasta los 103 años. Por suerte la conocimos. Carmen Pacheco de Pacheco se llamaba. Se casó con el primo hermano, Manuel. Manolo le decían, y era pintor e ilustrador. A mi hermano no siempre le decimos Manu, a veces también le decimos Manolo. Pasa en todas las familias. El papá de mamá se llamaba Francisco, como mi tío Pancho y como mi hermano Fran. Cato se llama Francisco Catriel. Papá se llama Néstor como su papá Néstor.
El duende se llamaba Choclín porque era el duende del maizal. Todo tiene que ver con todo.
Arrancamos para el lado de la casita del árbol casi por costumbre. Y porque de nuestros dos cuarteles, ese es el que queda mas cerca. El otro queda abajo de la alcantarilla del puesto de Carlitos Velázquez. A ese vamos cuando papá va para allá en la camioneta. La casita tiene dos pisos. La hicimos el verano pasado entre 15 personas. Nosotros seis y algunos de los hijos e hijas de los dueños del campo con sus parejas. La diseñó Andrés, el novio de Mechi, la hija de Maia; le tocó liderar la misión porque estudia arquitectura en Buenos Aires. Creo que Cato estaba, y también José Pérez, el peón. El que nos va a buscar cuando nos deja el colectivo escolar al mediodía, porque aprovecha y almuerza con su familia que vive ahí, en el pueblo.
De camino a la casita pasamos primero por el monturero, está Fran preparando todo para ir a agarrar los caballos que está amansando. Manu le grita “¡ey gordo vago!” y Fran le responde “callate bizcocho”. Nos reímos poquito, con un resto amargo. Es irónico. Somos crueles. Si alguien le dice bizco a Manu en la escuela, vamos con Fran de matones a decirle de todo. Sin embargo, acá en casa parece estar permitido. O por lo menos Fran puede porque es mas grande. Manu hace una mueca entre angustia y me la banco; porque a Fran también le duele que le digan “gordo” (“vago” no tanto).
Pasamos por el pinar, y nos juntamos un montón de coquitos cada uno. Los coquitos son esos brotes redondos que caen del pino. Que cuanto más cerrados, más duelen. Mamá también dice: “No se tiren con los coquitos cerrados”. Pero algunos agarramos, porque la guerra de coquitos a veces pide venganza y los podemos necesitar. Después hay que amigarse. Con Rebe, si nos peleamos, nos escupimos la mano derecha y nos la damos. No por sucias, es más que nada para ahorrarnos la ida hasta la tranquera.
Seguimos. Cruzamos el parque por atrás de la pileta. No nos podemos meter. Seguimos. Llegamos al último eucalipto antes del alambre. Ahí está montada la casita del árbol. Subimos, está fresquito. Revisamos las arañas que tengo en dos frascos. Siguen vivas. Les tiramos algunos bichos que juntamos la noche anterior de la ventana. Se pegan al tejido porque quieren entrar, los atrae la luz prendida en medio de la noche oscura.
Decidimos jugar a los Super Amigos, así que repartimos roles. Cato es Superman, Manu es Batman, Rebe es la Mujer Maravilla, y yo soy Jayna de los gemelos fantásticos. Fran siempre hace de Zan, el gemelo, porque somos los dos de géminis. Pero hoy no juega. Entonces, pido ser Titania de X-Men porque sin Fran no puedo activar mis poderes. Titania no está en esta liga pero me dejan igual. Dejamos los coquitos ahí porque hoy estamos todos del mismo lado.
Nos dividimos en dos grupos de dos. Batman con la Mujer Maravilla y Superman con Titania. Salimos a explorar. Ellos arrancan para el lado del galpón y nosotros para los frutales. La idea es idear una problemática, investigar a algún villano, armar un plan, volvernos a cruzar y unir las fuerzas para combatir al enemigo.
Con Superman damos un par de vueltas a los frutales, comemos higos y juntamos unas ciruelas. Nos damos cuenta de que están muy calientes así que pensamos que lo mejor es ir para la pile. Siempre las tiramos un rato adentro y se enfrían. Después las comemos. Es una buena idea, ya que además podríamos diseñar un villano subacuático y que la lucha por el honor de Marvel suceda directamente en el agua. Es una buena excusa ya que con eso batallaremos también los 30 grados de calor que se sienten 35. Y si mamá nos pregunta porqué nos metimos antes de las 4, la respuesta es obvia: teníamos que combatir al enemigo y no nos quedó otra alternativa.
Llegamos a la pile, casualmente Batman y Mujer Maravilla están ahí. Batman ahora se cambió a Aquamán, así tiene un pretexto para ponerse las patas de rana y entrar a la pileta antes de las 4. Suerte que somos todos del Salón de la Justicia y se nos ocurren las mismas ideas. Festejamos chocando los 5. Nos metemos y empezamos a tirar las expresiones de siempre: Muere canalla, Si vuelves a acercarte no responderé de mi, Patrañas, maldito, y esas cosas del doblado al español. Le pegamos piñas al agua, salimos y nos tiramos con patada voladora. Aquamán le mete por abajo del agua. De punta a punta ida y vuelta y sale medio violeta pero sigue porque no vale irse del personaje. Mujer Maravilla se hace la que baja de su avión invisible en la escalera. Superman se tira de cabeza con las manos estiradas para adelante. Titania corre hasta casa a buscar unos guantes de goma amarillos que hay en el cuartito de afuera; porque si Titania toca el agua sin guantes, puede hacer un lío tremendo de cortocircuitos.
A la hora y pico ya estamos aburridos y muertos de cansancio, así que decidimos comer las ciruelas a la sombra para recargar pilas. El resto de la tarde jugamos a Baywatch. A Pamela y David no. Sólo a la parte de que uno se ahoga y los otros lo salvan. El ahogado se va a lo hondo, y el resto corremos desde lo bajito y nos zambullimos. Nos vamos turnando. Salimos otro rato, nos alejamos hasta las cuevas de vizcachas y las tapamos un poco. Nos volvemos a meter y jugamos a tirarnos desde el borde, uno a caballito del otro. El desafío es no partirse la pera ni morderse la lengua en el aire.
Empieza a bajar el sol y salimos para empezar a secarnos. Nunca llevamos toalla. Tenemos los dedos arrugados. Los de las manos y los de los pies. Tenemos hambre también. Y a Cato se le ocurre que en la casa podemos jugar a la radio grabando arriba de un casete, así que nos agarra el apuro por volver.
Volvemos. Un gato montés se comió a Choclín. Que irónico que Choclín representaba al guardián del maíz, el maíz está en el galpón que está lleno de ratas, y el gato no pudo irse hasta allá a tragarse alguna. No. Se tuvo que masticar al pobre Choclín. Chiquito y amarillo. Lo condenamos poniéndole un nombre que rima con Piolín. De tanto mirar los Looney Tunes cuando nos enfermamos y faltamos a la escuela, o cuando me quedo en lo de Mariana y nos dejan mirar la tele a la tarde. Todo tiene que ver con todo. Mañana lo enterramos.
Directo a bañarnos después de un día largo y estresante. Mamá está colando fideos y mirando Susana para ver si el bendito Marcelito saca su carta y finalmente nos ganamos el millón. Papá nos pregunta si nos divertimos. Sabe que nos divertimos mucho. Siempre nos divertimos mucho. Dice que dejemos de pedirle a mamá que nos compre cosas, si acá en el campo tenemos de todo para jugar. Y tiene razón. Al final ¿para qué queremos todo eso?. Ni con los walkie-talkies llegábamos a dar aviso para salvarlo a Choclín, ni la pistola celeste hubiese matado al gato, ni habernos quedado adentro jugando al Ludo Mátic lo hubiese evitado.
Si al fin y al cabo me encanta tirarme a la sombra y cuando me aburro de buscar tréboles de cuatro hojas, me pongo a leer el libro de los cuentos de Perrault, el de tapa dura que le regaló abu a Flor y Flor me lo presta. A ella no le gusta mucho jugar afuera, se queda adentro con cosas más intelectuales o ayudando a mamá. Pero me lo presta.
Si me gusta armarme un bastidor con cartón y dos tablas del elástico de una cama vieja que ya se rompió. Y con las 3 o 4 témperas de “colores cálidos” que pidió la maestra y nunca usamos, pinto. Me encanta ponerlo afuera y sacar una silla de la cocina y hacerme la pintora, como Manolo. Pintora de los reyes y reinas de los cuentos de Perrault. Mamá me saca una foto que más adelante tal vez revelemos.
Si con Flor salimos de noche a la parte de adelante de la casa y nos acostamos en el pasto a mirar las estrellas más lindas del universo. Que son las que ven todos, pero estas son las más lindas porque ya nos las sabemos de memoria, son como propias. Y sentimos algo de adrenalina cuando nos sobrevuelan los murciélagos. Y comemos gomitas de menta que anotamos en lo de Paterno, el almacén de Timote, o en lo de Abel el del kiosko, cuando mamá me va a buscar a lo de Mariana. Y Flor me cuenta que le gusta un chico. Y las dos decimos que Mariana gusta de Fran y Fran de Mariana. Y yo digo que Facundo el hermano de Mariana es re lindo, pero yo soy chica y él es demasiado grande para mí. Flor me dice que sí, que me calle, que yo soy chica y Facundo hasta tiene una moto.
Si lo más divertido es acompañar a papá los días de yerra o de esquila y armar equipo con mis hermanos simulando que somos los ayudantes del veterinario. O a veces con Fran hacemos de enfermeros reales porque el loquito de Manuel se pone a montar terneros y termina con toda la espalda raspada. También vamos al corral de las ovejas y nos ponemos en el medio. El juego consiste en correr hacia cualquiera de los extremos, hasta el alambre. Las ovejas automáticamente te corren y hay que llegar rápido y trepar, sino te topan de atrás y después te duele el culo una semana.
¿Para qué quiero todo lo otro?
Ponete contenta mamá. Mañana vamos a la manga vieja.