Reseña
Narciso y Goldmundo, las dos consciencias de Hesse
La historia gira en torno al descubrimiento, disputa y reconciliación entre dos realidades aparentemente incompatibles y reveladoramente complementarias: el pensamiento y las emociones.
Los protagonistas de esta narración se caracterizan por llevar al extremo sus propios ideales: Narciso, como hombre puro lejos de la vida terrenal; Goldmundo, como alguien cercano a los goces sensitivos. En ellos queda representado lo racional y lo intuitivo, lo sensato y lo sensible.
En otros relatos de Hermann Hesse, se puede percibir el mismo fondo. En Rosshalde, un pintor contra sí mismo al que le cuesta elegir entre la libertad de la soledad en su atelier y el supuesto encarcelamiento de la sociedad, los hijos y el matrimonio en la casa. En Demian, la línea divisoria rompe con algunos moldes superficiales y pasa por entre medio de la niñez y la adultez dejando algunas marcas entre esos puntos. De forma mas emblemática, en el Lobo Estepario el escritor expone hasta el sufrimiento la división humano-salvaje, su ser educado en contra de su costado animal, y viceversa.
Es como la comparación entre el mundo paterno encarnado en la ciencia, y el arte maternal que no pretende ninguna certeza fija sino una búsqueda de por vida, que mostraría también Jorge Luis Borges con su Historia del Guerrero y La Cautiva. Aunque de forma distinta y con otras circunstancias de contexto, evidenciaba el mismo debate interno: lo razonable y heroico contra lo bárbaro y apasionado. Es por esto por lo que, a la obra de Borges, se la dice proveniente de un doble linaje alojado en las diferencias culturales entre padre y madre.
Narciso le dice a Goldmundo: “Vuestra patria es la tierra y la nuestra la idea. El peligro que os acecha es el de ahogaros en el mundo sensual; a nosotros nos amenaza el de asfixiarnos en un recinto sin aire”.
Exponiendo, entonces, un tironeo presente también en otras de sus novelas — lo que sucede, los hechos; y lo que hace que las cosas sucedan, las causas —, Hesse produce un encuentro frontal entre dos posturas de entendimiento de la vida en planos de importancia muy distintos que exigen poner orden interno a partir de la aceptación de lo que uno mismo es. En voz de Galeano: “somos lo que hacemos, para cambiar lo que somos…”.
Hesse lo atraviesa desde Goldmundo, quien reorienta su vida celebrando sus sentidos y se revela contra las imposiciones de un padre ausente que le proyecta culpas ajenas. Esta actitud liberadora a favor del cambio nos invita un poco a pelear por ser nosotros mismos, a elegir cómo vivir nuestra existencia, arriesgarnos y explorar nuevos caminos, sin importar cuántos peligros tengamos que sortear. Peligros asociados a lo que pasa cuando nos inclinamos con todo nuestro ser hacia los impulsos. A menudo sacrificamos momentos de calidad u oportunidades. Pero si sólo nos dedicamos a razonar, el riesgo está en no tener ningún riesgo y perdernos de aprender algo nuevo.
Como ya se nos ha dicho muchas veces, ningún extremo es sano. Pero en este caso, y a favor de entender el mensaje que nos deja Hesse, podemos decir que ambos personajes finalmente se precisan, tal como son, para completar sus vidas. Fusionar las dos miradas permite justamente, alejarse del extremismo. Encontrar un equilibrio, aunque preferentemente asimétrico, igual armónico.
De este modo, y a pesar de que es Goldmundo el personaje sobre el que se ponen los acentos a lo largo del relato, Narciso permanece de forma permanente en nuestra conciencia, a modo de guía que ayuda a no perderse en los cruces del camino y a reconocer que, en ocasiones, evaluar otras opciones puede ser la mejor opción:
“Ahora veo con claridad, por vez primera, que hay muchos caminos para el conocimiento y que el del espíritu no es el único y acaso no sea el mejor”, se sincera Narciso hacia el final de la historia.
Lo que está de un lado falta del otro, la diferencia y el movimiento serán la clave de un pensamiento superador.
