Reflexión

¡Palmas! ¡Palmas! ¡Palmas!

Pau Benardoni
4 min readDec 4, 2020

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Nunca se van a arrepentir de haberse emocionado” nos dijo mi viejo en un chat. Después de los aplausos que decían gracias, que decían que palmas aisladas igual hacen hinchada, que decían acá estamos los escondidos celebrando a los visibles. Que ahora mezclan reclamos, que confunden un mensaje con otro. Después un saxofonista tocaba una sesión de 10 minutos, una señora gritaba ¡vamos todavía, presidente!, alguien enchufaba la guitarra al amplificador y tiraba al aire unas melodías incómodas de principiante.

Fin, y todos los días lo mismo.

Eso dice que los ciclos, las rutinas y los ritos son necesarios o inevitables. Todo eso también dice que ya es hora de comer y dormir.

Comer es tan fácil como difícil según de qué lado del estadio estás; los delanteros haciendo malabares con todo lo que tienen, comiéndose la cancha y creyendo que van a meter un gol mientras atrás todavía esperan el banquete. Los número 5 alertas para tirar el condimento mágico que da vuelta el marcador. Pero esta vez no hay público. Aunque en fotos se vean sabrosos, los platos están vacíos. Miro un punto en el vacío de la ventana mientras como algo que sobró del mediodía. Así nomás, directo del tupper y en la cocina, a oscuras.

Dormir no es tan relativo. Dormir sí que es bien complicado. Todo dice algo y la consciencia anuncia que tener libertades no era tan difícil como creímos. Que las decisiones, al final, cuestan más en las prisiones y que todas las preguntas del desvelo están acá y ahora. Repaso las cosas que guardo, las que la mente selectiva pone en la superficie y empiezo a enganchar:

Nunca se van a arrepentir de haberse emocionado” nos dijo mi viejo en un chat. “Me emociono porque la tierra es parte de nosotros”, una frase que me quedó del último capítulo que vi de Tales by Light junto con la importancia de entender lo trascendente de las historias. Pienso en estos días llenos de stories sin historia y de la publicación de Storytelling que tengo abandonada. Pienso en el abandono que no podemos permitirnos, porque suficiente es el abandono ajeno después de cada llamada. Paso al silencio que se escucha.

Llueve, pero pienso que la lluvia está ausente porque falta toda la tormenta de la ciudad. Pienso en ausencias pasadas y la maximización de su efecto en este estado. Camino rápido en una casa que no reconozco, no hay nadie. Estoy diciéndole a alguien que creo que es mi hermana, o es Luciana — o son ambas y las confundo - que no se preocupe, que ahora tiene que estar tranquila. Llora y llora de una forma que me desespera, porque no estoy realmente presente pero puedo percibir cada detalle. Soy Levrero en “El Lugar”, habitando un universo poco creíble pero sintiendo la textura áspera, real y húmeda de las paredes. Él busca de forma incansable una salida a medida que avanzan las páginas, pero el bucle del libro es infinito. Soy yo de nuevo, ahora hay un montón de gente. Estás vos en tu versión de ahora, la que me causa repulsión, rechazo. Vomito. Pero en realidad es Luciana la que está vomitando y hay líquido por todos lados. O tal vez es mi hermana, pero las confundo porque les duele lo mismo. O parecido. Me emociono. Les duele la pérdida, la distancia abismal entre lo que imaginaban y todo lo que las inunda lo que finalmente ocurrió. Les duele lo mismo que a todos. Camino rápido hacia la salida, me duele la rodilla derecha porque me lastimé el orgullo cuando me agarró y me caí. Está ese tipo que me robó y me persigue mientras camino rápido. Estoy en una persecución. Está atrás mío. Escucho las melodías incomodas de fondo y lo escucho a él que balbucea amenazas casi en mi nuca pero en frente tengo sus ojos achinados en primer plano. Sólo le veo los ojos, tiene puesta una máscara de barro como las de las tribus de Tales by Light. Salgo adentro, lo pierdo y me pierdo entre la gente, todos con caretas escondiéndose de ellos mismos. Me da pena que desconectemos. Me toco la cara y me tapo los oídos. Creo que aprieto los dientes, los rechino.

Me despierto. Me levanto y empiezo a ordenar los pensamientos. Hace días que sólo me ocupo en vano de ganar tranquilidad, de obsesionarme con lo que transforme para bien: descarto cualquier vínculo apócrifo o acción ornamental. Intento convencerte de que sólo tenemos que conservar lo genuino, lo auténtico. No logro descansar ni un minuto en lo que queda del día, hasta que empiezan las palmas.

¡Palmas!¡Palmas!¡Palmas!

Todos los días lo mismo.

— — —

Ilustraciones: Jose Loose

Música: Bernardo Loose

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